¡Que acabe ya el sufrimiento!
El calvario de Khieu comenzó cuando le mataron a su padre por dejar que sus vacas entraran en un maizal vecino. Más tarde, su madre y sus dos hermanas fueron asesinadas por los jemeres rojos camboyanos. Posteriormente, Khieu pisó una mina terrestre en la selva y estuvo dieciséis días esperando que llegara ayuda médica. Tuvieron que amputarle la pierna. “Ya no quería vivir”, dice.
SEGURAMENTE habrá usted observado que el sufrimiento no hace distinciones. Los desastres naturales, las enfermedades y la invalidez, los delitos violentos y otras desgracias pueden acaecerle a cualquiera, en cualquier momento y en cualquier lugar. Las organizaciones humanitarias trabajan sin descanso para prevenir o al menos mitigar el sufrimiento de la gente. Pero ¿qué han logrado?
Citemos un solo ejemplo: la lucha contra el hambre. Según un informe del Toronto Star, las catástrofes naturales han dejado a muchas personas sin hogar ni comida. No obstante, “la gestión de los organismos que buscan paliar el hambre se ve obstaculizada por el aumento de la violencia”.
A pesar de los esfuerzos colosales de dirigentes médicos, políticos y sociales para aliviar el sufrimiento, los resultados han sido decepcionantes. Los programas encaminados a estimular el crecimiento económico no han erradicado la pobreza. Las vacunas, los fármacos y las técnicas quirúrgicas avanzadas son incapaces de eliminar las enfermedades. La policía y las fuerzas encargadas de mantener la paz observan impotentes cómo los delitos violentos persisten y hasta se intensifican.
¿Por qué hay tanto sufrimiento? ¿Le importa a Dios lo que nos pasa? Millones de personas han encontrado respuestas alentadoras a estas preguntas en la Biblia, como veremos enseguida.