Cómo evitar el lazo de la propaganda
Cómo evitar el lazo de la propaganda
“El ingenuo cree todo lo que le dicen.” (Proverbios 14:15, Nueva Versión Internacional.)
HAY una gran diferencia entre la educación y la propaganda. Mientras que la primera nos indica cómo pensar, la segunda nos dicta qué pensar. En contraste con los buenos pedagogos, que presentan todas las facetas de un asunto y fomentan el libre examen, los propagandistas nos obligan inexorablemente a escuchar sus opiniones y rehúyen toda discusión. Por lo general, no muestran a las claras sus auténticos motivos. Seleccionan los hechos, aprovechando solo lo que les conviene y ocultando lo demás. También tergiversan la realidad y se especializan en las mentiras y las verdades a medias. Apelan a las emociones, no a la razón.
El propagandista se asegura de que su mensaje parezca justo y ético, y de que comunique al individuo una sensación de importancia e integración cuando lo acepte. Desde ese momento —afirma—, este será uno de los entendidos y se sentirá libre de la soledad, cómodo y seguro.
¿Cómo podemos salvaguardarnos de los hombres a quienes la Biblia llama “habladores sin provecho y engañadores de la mente”? (Tito 1:10.) Conociendo sus tretas, nos será más fácil evaluar los mensajes e informaciones que recibamos. Veamos varias medidas de precaución.
Seleccionar con criterio. Una mente totalmente abierta es comparable a una tubería por la que pueden pasar aguas de toda clase, hasta las negras. Nadie desea que le contaminen el intelecto con veneno. Salomón, rey y educador de la antigüedad, hizo esta advertencia: “Cualquiera que es inexperto pone fe en toda palabra, pero el sagaz considera sus pasos” (Proverbios 14:15). Es preciso, por tanto, ser selectivo. Hay que examinar todos los mensajes que nos lleguen y decidir qué asimilaremos y qué rechazaremos.
Pero no debemos ser tan cerrados que nos neguemos a analizar puntos que mejoren nuestra forma de pensar. ¿Cómo puede obtenerse el equilibrio aconsejable? Adoptando una norma para sopesar toda información nueva. En este particular, el cristiano dispone de una fuente de gran sabiduría, pues cuenta con las Escrituras como guía segura de su pensamiento. Por un lado, sí tiene una mente abierta, es decir, dispuesta a recibir nueva información; además, contrasta bien los nuevos datos con la norma bíblica e incorpora a su modo de pensar lo que es cierto. Por otro lado, su mente percibe el peligro de aceptar información totalmente ajena a los valores bíblicos.
Demostrar discernimiento. El discernimiento es la acción de “distinguir alguna cosa de otras” y de “aclarar alguna cosa en relación con otras mediante una consideración o una reflexión precisa y justa”. La persona que se caracteriza por esta cualidad percibe los matices de las ideas y las cosas, y tiene buen juicio.
El discernimiento nos permite reconocer a quienes sencillamente se valen de “palabras melosas y habla lisonjera” para ‘seducir los corazones de los cándidos’ (Romanos 16:18). También posibilita que rechacemos la información trivial y los datos engañosos y que distingamos la esencia de los asuntos. Pero ¿cómo determinar si un mensaje induce a error?
Someter a prueba la información. “Amados —señaló Juan, maestro cristiano del siglo I—, no crean toda expresión inspirada, sino prueben las expresiones inspiradas.” (1 Juan 4:1.) Hay quienes son como esponjas que absorben todo lo que reciben, pues lo más fácil es asimilar indiscriminadamente cuanto nos rodea.
Pero es mucho mejor que cada uno decida por sí mismo con qué nutrirá su mente. Dicen que somos lo que comemos, y esto es aplicable tanto al cuerpo como al intelecto. Hay que poner a prueba todo lo que se lea, vea y escuche para determinar si tiene connotaciones propagandísticas o si es fidedigno.
Además, la imparcialidad exige estar dispuestos a revaluar constantemente nuestras opiniones a medida que adquirimos nueva información. Debemos darnos cuenta de que, al fin y al cabo, se trata de opiniones, que serán más o menos dignas de crédito dependiendo de la validez de los datos, la solidez del razonamiento y el conjunto de valores que decidamos aplicar.
Hacerse preguntas. Como hemos visto, en la actualidad hay muchas personas deseosas de ‘alucinarnos con argumentos persuasivos’ (Colosenses 2:4). Ante este tipo de razonamientos conviene hacerse preguntas.
Primero, debe analizarse si existen indicios de parcialidad. ¿Qué motivación tiene el mensaje? Si está repleto de descalificaciones y lenguaje tendencioso, ¿por qué será? De eliminarse los términos partidistas, ¿qué méritos tendría la información? Siempre que sea posible, ha de examinarse también la trayectoria
del hablante. ¿Tiene fama de ser verídico? En el caso de que cite el testimonio de “autoridades”, ¿quiénes son estas? ¿Qué razones hay para considerar que la persona —o la organización o publicación— posee información experta o fiable sobre el asunto en cuestión? Cuando se perciba que el mensaje apela a las emociones, es recomendable preguntarse: “Si se analiza fríamente, ¿qué méritos tiene la información?”.No dejarse llevar por la corriente. Si tenemos en cuenta que las ideas no tienen que ser necesariamente correctas porque todo el mundo las acepte, hallaremos fuerzas para no pensar igual. Aunque diera la impresión de que los demás comparten el mismo punto de vista, ¿por qué vamos a tener que hacerlo nosotros? La opinión popular no es un buen criterio para evaluar la verdad. En el transcurso de los siglos han gozado de popularidad ideas muy diversas cuya falsedad quedó luego demostrada. No obstante, persiste la tendencia a dejarse arrastrar por las masas. Un principio recomendable es el mandato de Éxodo 23:2: “No debes seguir tras la muchedumbre para fines malos”.
El conocimiento verdadero frente a la propaganda
Ya hemos mencionado que la Biblia constituye una guía segura para pensar con claridad. Los testigos de Jehová aceptan sin la menor duda la afirmación que dirigió Jesús a Dios: “Tu palabra es la verdad” (Juan 17:17). Es así porque Jehová, el Autor de la Biblia, es “el Dios de la verdad” (Salmo 31:5).
En efecto, en esta época de depuradas técnicas propagandísticas podemos confiar en la Palabra de Jehová como fuente de la verdad. En último término, esta confianza nos protegerá de quienes desean ‘explotarnos con palabras fingidas’ (2 Pedro 2:3).
[Ilustración de la página 9]
El discernimiento nos permite rechazar la información trivial y los datos engañosos
[Ilustraciones de la página 10]
Hay que poner a prueba todo lo que se lea y vea para determinar si es verídico
[Ilustración de la página 11]
La opinión popular no siempre es fiable
[Ilustración de la página 11]
Podemos confiar en la Palabra de Dios como fuente de la verdad